¿Y qué es el amor si no cuidar la fragilidad de otro como si fuera propia?
Ya no recuerdo el último día que nos vimos por última vez. Eso sí, el primero no lo olvidaré en la vida. Me temblaban los huesos, no fui neutral. Nunca lo fui contigo; me dabas la vida.
El otro día hablando con M me decía que el amor es eso: darle a alguien el poder para destruirte y confiar en que no lo hará. Siempre he pensado mucho en esta frase. ¿Está bien confiar desde el minuto uno? ¿Mejor confiar con el paso del tiempo?
Bueno, el caso es que yo soy más de intuiciones. Que a veces me equivoco. Por supuesto. Pero soy más de dejarme llevar si veo que sí.
Contigo el “para siempre” solo duró un rato. Un ratito na’ más. Y qué rápido pasa todo. Cuando hace nada estábamos escribiendo servilletas, besándonos al lado de esa cristalera, cogiendo trenes a ningún lugar y ‘blablacares’ al sur de España.
Pero lo que no quiero es pedir más besos, abrazos forzados y deseos a destiempo. Menudo juego de verano.
¿Te acuerdas de aquella noche planeando en mi cama? Yo sabía que nunca viviríamos esos momentos, pero ya esos deseos volarán para siempre y quedarán en el limbo.
Hay cosas que no se pueden olvidar. Y mis piernas temblando al verte nunca se irán de mi mente. Pero hay cosas que aunque eches de menos no quieres que vuelvan; y tú eres de esas cosas. Mi cuarto está más vacío que nunca. Tú ya no estás. Siento frío pero aquí no hace frío. Será que mi fragilidad se rompió hace unos cuantos meses.