No sé muy bien cómo definirlo. Porque me rozas, tocas mi mano y mi mundo se tambalea.
Dicen que las primeras veces no se olvidan, es eso: yo soy adicta a las primeras veces. ¿Que por qué? Pues porque la ilusión y la adrenalina se apoderan de mí.
Mis piernas temblaron la primera vez que me di cuenta de todo lo que iba a venir, que aún no consigo descifrar muy bien lo que es. Pero algo bueno seguro.
Tú me aseguraste que me ibas a dar paz y yo no pude sentirme más agradecida, después de todas las ‘montañas rusas’ previas.
Y es que ahora que te veo a mi vera echar una cabezadita en el tren pienso que soy afortunada, porque los mayores tesoros que tengo no los he comprao’.
Por eso no voy a pedirte que te quedes, tampoco que te vayas (obviamente). Te quiero ver libre y así como decía una paisana tuya, bien querida acá: «Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar».
No te puedo ofrecer un vuelo sin turbulencias, pero lo que sí que te aseguro es que conmigo no te vas a aburrir y que la marcha estará asegurada. Que los noodles debajo del puente están tan bien como noche de Riu y gin, si es a tu lado.
Pues es eso: contigo me siento agradecida y querida y eso ya es un buen paso. No todos los días pasas una jornada laboral más media hora con alguien.
Y yo que soy ‘Doña frases’ te recuerdo una cosa: después de la tormenta siempre llega la calma.
Agradecida es poco.