Un encuentro fortuito

Joder, el destino. Otra vez hacía de las suyas y mira que yo no soy de creer mucho en esas cosas.

Teníamos a gente en común y habíamos coincidido dos veces antes sin quedar previamente.

Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi en persona. Mi corazón se aceleró a mil por hora. No me lo podía creer: te había fichado por Instagram meses antes y en ese momento estabas frente a mí.

Primero vi a una amiga tuya y di por hecho que estarías allí. Y efectivamente.

No sabía qué decirte pues ya habíamos cruzado unas tímidas frases por esa famosa red social.

Coincidimos en algún concierto, y recuerdo haberte buscado, pero resultó al ver tu story que estabas en pista y no en grada. Mala suerte.

Pero aquel día de noviembre (el cual recuerdo perfectamente) marcó un antes y un después. Yo volvía de un gran viaje, ¿qué gran viaje? EL VIAJE.

Se me ocurrió contarte alguna anécdota y tú te reíste. Parecía que llamaba tu atención. Pero no fue el momento más oportuno.

love

Eso dicen, ¿no? Que igual no es el momento, pero sí la persona. Para nada eras la más guapa del lugar (aunque a mí sí me lo parecieras), ni la más ingenua, pero sin duda tu sentido del humor y amabilidad hicieron que me abstrajera durante aquellos minutos.

Cuando hablábamos por RRSS me seguías el juego y pensé que igual no había estado a la altura, pues la conversación había sido muy plana. Pero cual fue mi sorpresa que al pasar unas horas recibí un mensaje tuyo: «Me ha encantado desvirtualizarte».

Había tardado varios minutos en asimilar el mensaje. Pues no me lo esperaba para nada, pero en esta ocasión me tocaba a mí continuar ya que la pelota estaba en mi tejado.

Estuvimos hablando toda la noche y nos dieron las tantas de la madrugada.

Estábamos a gusto compartiendo experiencias, pero yo me sentía un poco absurda hablando por Instagram y quise pedirte el WhatsApp. Finalmente, no lo hice por si cortaba nuestra fluida conversación de las tantas de la mañana.

Te despediste con un «me gustó que me alegraras la tarde».

Sabía que tenía que sorprenderte y a los pocos días te propuse un juego. Tú te hiciste la dura y no aceptaste mi primera propuesta.

No sabía por qué. Todo iba sobre ruedas y estabas diciendo que no al plan que te había propuesto.

jiji

En ese momento mis cimientos contigo se tambalearon, pero a los dos días fuiste tú quien quisiste que nos volviéramos a ver: «Un café, te debo un café» me dijiste. «En esta ocasión no quiero dejar que los hilos los maneje el destino».

Adrenalina.

Provocaste la misma adrenalina en mi cuerpo que cuando marqué el gol de aquella semifinal.

Y fue entonces cuando le escribí a Adriana, mi mejor amiga, para ver qué narices te contestaba.

Adri me lo dijo claramente: «Maquita, porfa, no dejes que te vuelvan a hacer daño«.

– ¿Pero daño por qué? – Le contesté.

– Sé que te gusta de verdad.

– Ya me conoces, Adri, no hay grises en mi vida, yo soy así. O blanco o negro.

En esta ocasión quería jugarme todas mis cartas contigo.

Recuerdo perfectamente las 10 horas y 55 minutos del vuelo a CDMX. Aún no te había conocido en persona y ya me estaba inventando cualquier excusa tonta para quedar contigo. Pero no quería parecer la típica pesada… Y otra vez la opinión de la gente me importaba, cuando me la tenía que traer al pairo.

Esas 10 horas y 55 minutos no se me hicieron tan largas como yo creía… Me dio tiempo a pensar algunas, ¿qué algunas?, bastantes excusas. Ninguna creíble. Sí. Ninguna creíble.

Sin conocernos teníamos gustos musicales similares. A mí eso ya me gana de una persona: cuando no la conozco y veo que comparte música que me flipa. Siempre fui melómana, desde pequeña, eso me viene de papá y su gusto por la música que nadie conoce, pero que llena el alma.

Sabía poco sobre ti: que te encantaba el deporte, la música y viajar; comías sano (por tus post instagramers), no eras del norte y tenías dos hermanas mayores. Eso fue lo que pude intuir. Entonces como no unía cabos, decidí que el primer juego que te propusiera sería entrevistarte. Seguro que no lo había hecho mucha gente. En esta ocasión mi profesión iba a sacarme del apuro.

Nos conocimos un día impar, e íbamos a quedar en otra cifra impar. Parece que los impares siempre me trajeron buena suerte.

Cinco días después de aquella tarde en la que los astros quisieron que nos cruzásemos, volvimos a vernos. Me propusiste que la quedada fuera en una cafetería un tanto chic y algo desenfadada de la capital. Tenía mi as guardado bajo la manga. Tú, obviamente, no lo sabías; pero ahí estaba: la entrevista.

Recuerdo perfectamente las horas previas a aquella cita. Sí, podría llamarse cita. ¿Y qué me pongo? Quería ir informal, pero que me vieras mona. Mis nervios se apoderaron de mí y fue entonces cuando recordé un consejo de mi abuela Esperanza: «Los nervios siempre van a estar ahí, pero si eres tú misma desaparecerán poco a poco». Y efectivamente eso fue lo que ocurrió.

Yo llegué unos minutos antes. Me gusta estudiar la situación e intentar llevar la batuta cuando no llevo las riendas.

Sabía que íbamos a tener buena conversación por tu buen gusto musical, eso siempre me dio buen feeling. Esto no quitaba que mirara a la puerta cada 10 segundos.

Recibí un mensaje: «Estoy llegando, perdona el retraso». Ahí demostraste que eras muy educada. Y cuando finalmente apareciste no me pude acordar más de Adriana cuando me decía: «Llegaré tarde, pero llegaré guapa». Y efectivamente tú estabas espectacular.

Sencilla, pero espectacular.

Así podría definirte.

¿Sabes qué fue lo que más me gustó de ti? Tu humildad. Me pareciste tan top y a la vez tan humilde que no sabía cómo gestionarlo. No supe cómo asimilarlo hasta que pasaron unos días y me acordé mucho de mi tía paterna. Ella siempre me decía que tenía que tener los pies en la tierra, por mucho que triunfara en la vida.

El caso es que llegaste, me diste dos besos y te sentaste enfrente de mí.

Recuerdo perfectamente que estabas acalorada, rápidamente dejaste ver una camiseta blanca lisa al descubierto. Así blanca. Y tus jeans pitillo que mostraban mejor tu silueta atlética.

La conversación empezó por aquella tarde en la que fortuitamente coincidimos. Me contaste que fuiste porque Ana, tu compi quería comprarle un regalo a su novio. Y allí había unos detalles únicos.

Acto seguido te levantaste a por dos cafés. Tú no quisiste que te pagara mi parte y decidiste invitarme. Pero prometí que la próxima pagaba yo. Te reíste, negando con la cabeza.

La conversación fluía, la verdad que era como si de dos amigas de toda la vida se tratara. Pero había un punto de interés más allá de la amistad. Por lo menos por mi parte. Me fijé en tus manos, me gustaron. Tu sonrisa también. Pero tus manos me llamaron especialmente la atención.

Y cuando ya estabas a punto de terminarte el café te lo solté: «He preparado unas preguntas». No te lo podías creer. Tu cara de ‘tierra trágame’ delató que en ese momento no estabas muy cómoda.

– ¿Preguntas de qué? – Me dijiste.

– Te he hecho una entrevista, como buena periodista que soy. – Y acabé riéndome por salir de la situación.

Yo no sé cómo lo hice, pero terminé convenciéndote para que contestaras.

– Yo no sirvo para estas cosas, – acabaste diciéndome, pero venga, me animo.

(Como si no estuvieras acostumbrada a estas cosas de periodistas, pensé).

Para romper el hielo te dije que quién eras. Es la primera pregunta que siempre hago en las entrevistas ‘de verdad’. Menos mal que no me hiciste un next como Guitarricadelafuente.

Y así fueron pasando las veinticinco cuestiones. Una detrás de otra.

Se nos hizo tan tarde que prácticamente nos echaron de la cafetería.

Aquel día… de una fría tarde de noviembre era miércoles. Llevaba tiempo sin ir al micro abierto de Búho Real.

Yo lo tenía pensado: si la cosa va bien, la puedo llevar allí. La calle Regueros suele acogerte con generosidad.

Entonces nos pusimos los abrigos. Yo hice una broma sobre tu plumas y te reíste.

Cuando salimos del establecimiento te lo dije: ¿te apetece que vayamos a un sitio secreto?

– ¿Secreto?

– No lo conoce mucha gente que no es del mundillo.

Podrías haber pensado de qué mundillo se trataba, yo me refería a los cantautores que cada noche de miércoles tocaban allí. Lo conocía por mi prima, que me había llevado un par de veces. Me encanta esa palabra: secreto. Da un plus de exclusividad a la conversación.

– Va, me apetece.

Pillamos un patinete eléctrico cada una y allí que nos plantamos. Me encantó volver a ver caras que por una temporada fueron conocidas para mí.

Al día siguiente madrugábamos muchísimo las dos y pactamos no irnos muy tarde a casa. Pero ya se sabe lo que pasa cuando se dicen estas cosas.

Te pareció curioso el antro. Dentro no se puede hablar mucho por respeto a los que cantan. Yo me limité a observarte. Me puse detrás para ver tus reacciones.

Pedimos dos ‘Estrellas’.

La tarde-noche iba viento en popa. Yo todavía no sabía cómo habíamos terminado allí un miércoles impar de noviembre.

Me llegó un WhatsApp de Adri: ¿Qué tal tu súper cita?

Adriana es la típica amiga detallista, que sabe de tus nervios y te va preguntando en cada paso. Eso siempre me gustó de ella.

Por tu cara sabía cuándo una canción te gustaba y cuando no. Nos reíamos mucho y eso me encantaba.

Jolín, cómo dio de sí un fiche por Instagram. Y míranos en aquella coordenada de Madrid.

Acabó la velada musical.

Gracias por este ratito. – Me dijiste de pronto.

– Ha estado muy bien.

Me quedé atónita cuando me dijiste que te gustaba el fútbol femenino, y me propusiste que en las semanas siguientes podríamos ir a ver al Atlético.

Qué bien, así ya tenía una excusa para volver a verte.

En ese preciso instante me acordé: Aún no tenía su número. Era el momento perfecto para pedírtelo.

– No tengo tu WhatsApp aún. – te rechisté.

Me contestaste riéndote: para eso queda un poco aún.

A Ophelia le gustaba la marcha y ese punto de misterio y juego la hacían más atractiva.

Nos despedimos con dos besos y un intento de abrazo, que quedó en algo más cercano.

Yo no podía parar de pensar en ella, me había cautivado. No sé cómo narices lo hizo, pero consiguió engancharme.

Encima era detallista. Al llegar a casa un mensaje suyo:

– ¿Has llegado ya?

Yo quería mantener las distancias pues cuando alguien consigue inspirarme ahí ya malo, malo, malísimo. No sé mantener la distancia de seguridad y mi corazón se acelera demasiado, como me dice Berta, una amiga de la infancia. Suele compararme con un Fórmula 1, que tardo 2,6 segundos en pasar de 0 a 100.

El caso es que los días siguientes a nuestra primera quedada pactada yo estuve muy pensativa y solo le hablaba de ti a Adri y a Berta.

La pequeña Adriana estuvo muy enamorada de un chico y cuando la llamé me lo dijo: ¿Sabes lo que me pasaba con Santi? Me di cuenta de que me había pillado por él porque cuando nos despedíamos me sentía vacía, no sé explicarte el tipo de vacío, pero era algo así como una pena por el simple hecho de distanciarnos.

A mí aún no me pasaba eso, pero sí me apetecía estar contigo.

Otra vez, otra vez me estabas rondando. Cada vez que llegaba un mensaje tuyo mi corazón se aceleraba.

De repente me dio por ponerte mi número por DM, aun sabiendo que quizá nunca me escribirías por ahí. Y efectivamente nunca me escribiste.

Me apetecía invitarte a un plan, pero estaba segura que revolverías todos mis pensamientos si la respuesta era un no. Leí una vez que a veces nos gusta que nos pongan del revés, pero la verdad que a mí en este caso no me apetecía.

Aunque pensaba todo eso, se me ocurrió proponerte un plan.

Yo, que soy la tonta de los sorteos, había ganado una visita guiada por la Ópera de Madrid y después una cena. Y pensé que te podía sorprender por ahí.

– ¡¡¡Oyee!!! ¿Tienes plan el viernes? – Te escribí.

Al cabo de 15 minutos contestaste:

– Sí, pero puedo hacerte un hueco ;).

Siempre hacías guiños.

No te quise contar el plan, para poder sorprenderte. Me dijiste que sí.

A las 20:25h de aquel viernes de finales de noviembre nos volveríamos a encontrar en la parada de metro de Ópera.

Llegó el día y esta vez estaba un poco menos nerviosilla, pero aun así me moría de ganas por volverte a ver. Tú habías quedado con Marcos y con Gonzalo después, pero lo que no sabías es que la velada se alargaría.

A las 20:27 estaba subiendo las escaleras cuando de repente te vi arriba, apoyada en una farola mirando el móvil. Como si la cosa no fuera contigo…

Ibas con una falda de botones y un abrigo negro.

No me dio tiempo a fijarme en más, cuando me dijiste: – Maca, ¡qué guapa!

No supe qué contestar, qué tonta.

– Pero, ¿a dónde me llevas? ¿Qué misterio es este?

Y te reías para disimular tus nervios. «Eres la chica de los misterios». Me dijiste.

Cuando acercamos a la puerta, te avisé: ya hemos llegado, señorita.

– ¿Aquí?

– Efectivamente.

– Siempre he querido ver una obra aquí, a mi madre le encanta.

Al fondo de la entrada había un grupo, nos acercamos y le dije mi nombre.

– Bienvenidas, chicas, mi nombre es Héctor y voy a ser vuestro guía en esta visita.

Yo nunca había ido a la Ópera de Madrid, pero a mí eso me daba igual. En este caso me importaba más el con quién que el dónde.

Nos encantó la visita. La obra era de Verdi. No entendía mucho, pero algo pude comprender. Duró dos horas. Por unos momentos pude sentirme como en un cuento.

En el descanso nos llevaron a uno de los salones típicos, con unos tapices y alfombras que parecían del siglo XVIII. Bebimos dos copas de vino blanco semidulce.

Antes de volver a la función me dijiste que si te acompañaba al baño. Y asentí rápidamente.

Me cogiste de la mano de una forma delicada, pero ahí podía ver que cada vez estabas más relajada y confiada.

Entraste tú primero y después yo. Intuía ciertas cosas. Pero lo que no me imaginaba es que me ibas a besar en uno de los baños del Teatro Real.

Cogiste mi mano y dijiste: «Choca. Sí, sí, choqui». Como si fuéramos dos colegas. Entonces cuando menos lo entendía, acercaste mi mano a tu pecho.

Mi corazón iba a mil por hora. No podía creerme que, con lo tímida que parecías, estuvieras acercándote a mi boca.

Nos dimos un beso tímido, pero cuando pasaron unos segundos los besos cada vez eran más apasionados.

– Para, para, que puede entrar cualquiera- te dije.

– ¿Y eso te importa demasiado? Me contestaste.

– Jolín con la chica dura, qué lanzadita.

Te reíste mientras te daba el último beso de aquellos primeros roces entre nuestras bocas.

Volvimos a nuestras butacas.

Lo que quedó de obra me lo pasé pensando en lo que había pasado.

No me podía creer que aquella noche lluviosa la chica misteriosa me hubiera besado. La chica durita que no me quería dar su WhatsApp.

Entonces recordé aquellos momentos de felicidad con mis primos en casa de mis abuelos. No tenía nada que ver, pero en ambos momentos fui feliz y fugaz.

Cuando acabó, nos acercamos al grupo y nos llevaron a una sala apartada para cenar. No recuerdo muy bien por donde era, pues nos metieron por unos pasillos que parecían laberintos.

Me hizo gracia que nada más sentarnos en aquella mesa redonda, con mantelería y cubertería de señorío, nos preguntaran que de qué nos conocíamos.

Entonces, rápidamente contestaste:

– Somos amigas, nos conocimos en la universidad-.

Menos mal que te dio por ahí porque yo no estaba al mando.

Me reí al escuchar tu respuesta de niña formalita.

Yo no lo habría podido decir mejor.

Hubo entrantes, primero, segundo y postre, pero me reservé para el coulant de chocolate.

En aquella mesa, éramos las más jóvenes. Recuerdo que había un matrimonio de médicos que contaban sus experiencias alrededor del mundo. Yo no sé de dónde habías salido porque tenías respuestas para todo: Melbourne, La Patagonia, Nueva York… Habías estado en medio planeta.

Una extraña sensación recorrió mi cuerpo: coche 5, dirección norte y sin retrasos. Qué recuerdos cuando iba a Santander con Adri. No sé por qué, pero en los trenes siempre suelo tener conversaciones profundas. Ella me decía que la atracción iba más allá de un físico, y qué razón tenía. A ver tampoco es que no te vayas a fijar en el exterior. Pero una buena conversación siempre me gana.

«Maquita, cuando alguien llegue y toque esa tecla será suficiente. Eso se sabe, la admiración es previa al amor y si esa persona te lleva a un sin fin de lugares sin moverte, ayyyyy llegó la tormenta». Las palabras de mi mejor amiga resonaban en mi cabeza.

Terminó la cena y todos nos despedimos con palabras amables.

– Qué frágil es la memoria-. Me dijiste.

– ¿Y eso?

– Porque hablar con esa pareja me ha hecho sacar recuerdos que tenía muy adentro y de los cuales casi no me acordaba. A veces hay que sacarlos a la luz para que no mueran.

– Se notaba que estabas disfrutando cuando lo contabas, chiqui.

Me salió llamarte chiqui. ¿Pero… si hacía muchísimo tiempo que no se lo decía a nadie? Ahí vi que estaba perdiendo el equilibrio sola y que no quería irme de allí.

Gonzalo y Marcos se habían quedado esperándote porque no apareciste. Tú tampoco te fuiste sin mí.

Me hice la valiente y te invité a dar un paseo por los alrededores del Palacio Real de Madrid. Un lugar precioso de noche y más si deja de llover: el suelo reflejaba la luz de las farolas, la fachada tenía una luz muy atractiva y al fondo se veía La Almudena. No había casi nadie por la calle, pues era cerca de la una de la madrugada.

Me recorrió la espalda tu sinceridad. Cada vez estábamos más a gusto y la confianza se apoderaba de nuestra conversación.

No pude evitar preguntarte por ese arrebato de besarme. Yo temblaba por dentro, aunque no te dieras cuenta.

– Llevaba toda la noche buscando el momento, me apetecía muchísimo besarte, Maca. Pero no sabía cómo hacerlo y si sería correspondido en ese momento. ¿Pero sabes una cosa? Prefiero arrepentirme de algo que he hecho, que de algo que no he llegado a hacer por miedo. Soy de las que dice que el miedo es un instinto básico, pero si algo te da miedo y a la vez te hace feliz es preferible lanzarse.

No podía estar más de acuerdo con tu explicación. Y entonces decidí tomar las riendas.

Me acerqué a tu oído y susurré unas palabras: Gracias por esta noche.

Era yo la que te había invitado, pero no podía estar más orgullosa de haber elegido tu compañía. Entonces te di un tímido beso en la mejilla, aún no me atrevía a rozar tus labios.

Pasamos por el Café de Oriente y había un andamio. Me dan mucho respeto, por no decir miedo.

Me empujaste contra la pared y me diste un beso en toda regla, besos que luego pasaron a morreos y a tocamientos.

¡Vaya con esta niña! – pensé.

La velada acabó bastante tarde, yo podía ir andando a casa y tú pediste un ‘Cabi’.

Había muchas ganas de invitación a casa por parte de ambas, pero esta vez quería hacer las cosas bien. Me apetecía saborearlo a fuego lento.

Algo hizo clic en mí. ¿Sabes ese momento en que alguien pasa de ser un desconocido a una persona que es importante para ti? Fue justo en ese momento, mientras volvía andando a casa. Magia. Ese instante fue mágico para mí.

¿Qué hay de malo en soñar? – Pensé.

Llegué a casa y te avisé. Me diste las buenas noches. Me dormí muy feliz porque esta vez, sí, estaba haciendo las cosas bien.

Cada vez teníamos más confianza en nuestros temas de conversación, ya no eran temas triviales. Adri me preguntaba mucho por ti, parecía que no se llegaba a fiar del todo.

Recuerdo una noche especial, cuando me llevaste a aquella azotea, la cual conocía muy poca gente. Fue a principios de diciembre. Era la azotea de un hostel. Nos compramos un par de cerves y nos colamos.

Te tenía a mi alcance, era nuestra tercera cita. Aunque, en realidad, si contara la primerísima llevaríamos cuatro. Pero bueno, no me quiero distraer. Aquella noche estabas especialmente guapa. Te pusiste aquel chubasquero que tanto me gusta y unas zapatillas que te habían regalado de la firma Hoff, porque eras embajadora de la marca.

Cuando llegamos a la octava planta vimos que habían cerrado el bar de la azotea porque lo hacían a las diez en invierno y ya eran casi las once.

Había una mecedora al fondo y me dijiste que me quedara ahí, que tenías que ir al baño.

Entonces tú volviste a coger el ascensor.

Mientras esperaba sentada balanceándome. Lo que no sabía era que no habías ido al servicio.

De repente, apareciste a lo lejos, sonreí y sentí que me estaba empezando a pillar por ti. Aunque en realidad ya lo hice desde la primera vez que te vi: Aquel sábado de noviembre, en aquel mercadillo navideño.

Entonces me levanté, y señalé un edificio muy alto, mientras te decía que allí estaba el conservatorio, donde había estudiado siete años de piano.

Parecía que te interesaba lo que contaba.

Me puse frente a ti y te dije:

– Ophe, aún estamos a tiempo de echarnos atrás, rápido, porque después será demasiado tarde, después te querré con todas mis fuerzas…

Pero esta vez es tu lengua la que me interrumpió y todos los violines de todas las películas de amor fueron una tontería miserable comparados con la sinfonía que sonaba en mi cabeza.

Sí, puede sonar ridículo, pero a mí me daba igual.

Aquel botellín de cerveza se estaba calentando en pleno diciembre.

Cuando dejamos de besarnos me enseñaste una tarjeta blanca. Y pregunté qué era. Cuando rápidamente caí.

tumblr_memtonh5tx1qa9mbeo1_500

Me gustaban tus maneras.

– Cuando te dije que iba al baño, en realidad fui a pillar una de las habitaciones. Y eso… Tengo unos ahorros y me apetecía hacer esto, Maca.

No me lo podía creer.

– Mira no te voy a contar un cuento, porque esto no son horas. Me he puesto a pensar en lo que podríamos estar haciendo, en lo que pudimos haber hecho la primera noche.

Esto me dijiste al dar las 00:30.

– ¿Y qué podríamos haber hecho? Le contesté.

– Ya lo sabes, sabes perfectamente lo que me gusta, lo que me pone, bueno en realidad quién me pone, que eres tú.

Me besaste en el ascensor y me empujaste contra la pared, parecía que nos íbamos a quedar encerradas. Abriste la puerta de la habitación, en la tercera planta, y me mordiste la oreja. Empezaste por ahí, para luego bajar hasta mi cuello, a mi lado, el derecho.

Nos besamos apasionadamente y recorriste mi cuerpo. Me quitaste la blusa por la espalda.

Besos y más besos.

Y joder, qué bonita estabas mojada.

Te toqué el pelo, de forma desenfrenada y empecé a escuchar tus gemidos.

Ojalá se hubiera parado el tiempo.

Tú no podías parar de repetir que siguiera.

Gol por la escuadra.

Me quedé mirando tus ojos: marrones, pero a la luz tenía un toque verde. No sabría muy bien cómo definirlos, pero con unas pintitas negras también. Me encantaron.

Pusiste una canción de Damien Rice para acabar la noche y yo no pude sentirme más viva en ese momento. No sabía cómo agradecértelo. Siempre te recordaré en aquel hostel cantando desnuda.

Unos acordes me hicieron volver a la realidad a la mañana siguiente.

Me fui a casa. Casi saltaba de lo contenta que estaba. La vida me había recompensado todas aquellas veces que lo había pasado canutas y la verdad que te lo agradeceré siempre.

Cuanto más jodido estás, más recuerdas los días felices, y así más felices parecen los días del pasado. Iba de camino a casa recordando aquella barbacoa en casa de Adri, los días en casa de mi abuela Esperanza y cuando aparecieron todos mis amigos por sorpresa en aquel 25 cumpleaños.

Eso es para mí la nostalgia: darme cuenta que las cosas del pasado que ni siquiera sospechaba que era la felicidad… sí lo eran.

Aquella noche podría estar en el top five de los mejores momentos de mi vida.

¿No te pasa que cuando todo va sobre ruedas piensas que algo malo puede pasar?

Pero en esta ocasión todo iba sobre ruedas y nada malo podía pasar. Me puse los auriculares y mientras escuchaba a Seinabo Sey pensé en aquella noche. No me la podía quitar de la cabeza.

Ostras y yo que quería escribirte un WhatsApp y aún no tenía tu número. Qué cosas estas de las nuevas tecnologías.

Te mande por DM mi número, otra vez, sí.

A los pocos minutos tú me escribiste un mensaje: perdona por hacerte ese juego de manos, en realidad perdona no, eres un poquillo exagerada, Maca.

Y es que aquella tarde me dijiste que te apretara con todas mis fuerzas tu mano y se me quedaron los dedos engarrotados.

Te encantaba hacer ese tipo de bromas. Yo empezaba a confiar en ti más de lo que tú pensabas.

Al fin nos estábamos escribiendo por WhatsApp. Y tanto que tardaste.

Aquellos días contigo fueron maravillosos. Dábamos largos paseos por La Latina y llegábamos hasta el Palacio Real. Después muchas noches me acompañabas a casa.

Era diciembre, no recuerdo muy bien el día, pero te invité a subir. Creía que era el momento adecuado.

Parecía que te gustaba mi humilde morada (como yo la llamo). Ambas teníamos gustos similares por la decoración y el diseño.

Ophelia, tú, sí tú, me enseñaste grandes rasgos del diseño de interiores e hiciste que me empezara a fijar en las fachadas de los enigmáticos edificios de Madrid. También hiciste que me aficionara al té Katmandú (con melisa, flores de girasol y vainilla) de una cafetería específica de Madrid.

Tus hoyuelos me encantaban y más detalles de tu cara: el color tan particular de tus ojos, con un tono verdecino, un lunar que tenías justo debajo del labio y esa forma tan especial que tenías de reírte.

No sé muy bien qué sentían mis huesos y gritaban mis sueños. Lo que sí sé (o sabía) es que era como la primera vez, y que no pensaba en lo que vendría después.
Me llevaste a descubrir sitios que no conocía. Y tus labios de fuego… esos sí que los conocí muy bien. Y tanto…

Recuerdo una tarde que me llevaste a un café de una terraza. La típica con estufas de fuego, en pleno mes de diciembre. El sitio se llamaba Doñaluz, algo así podrías ser tú: porque fuiste mi verano eterno en pleno invierno.
Un abrazo tuyo me hacía daño al corazón. Yo quería fiestas de pueblo y cantar mil canciones hasta quedarme sin voz.
Arder con una mirada era muy típico, daba el vuelco a mi corazón.

Las cosas, está claro, se hacen por amor y nuestras noches de rock&roll cada vez eran más frecuentes. Por eso acabaste diciéndome que nunca dejara de ser ‘tu noche de verano’.

Llevábamos dos meses y medio conociéndonos (muy poco si lo comparas con todos los años que llevaba siendo amiga de Adri) y ya quería saberlo todo de ti.
No sé por qué creía que te guardabas algo, como que no te llegaba a descifrar por completo. Temía que quizá todo fuera un sueño. Lo daría todo esta vez.

Fuimos (en pasado) a un tablao flamenco. Nunca lo olvidaré. La Morería. Allí me dijiste por primera vez te quiero. Yo te lo había dicho mucho antes con la mirada, pero creo que no lo supiste descifrar.
Ambas del sur, creía que tú ibas a disfrutar al igual que yo (muchísimo), pero parece que eso de las palmas y el taconeo no iba mucho contigo. Eras más de música alternativa de Sky Ferreira.
Tus miradas me desataban. Estaban llenas de verdad. O al menos eso creía yo.
La vida me sonreía más que nunca. Y yo quería aprovechar que tú querías caminar a mi lado hacia algún lugar.

Gracias por aparecer, Ophelia.
Yo me amarraba a ti como el enfermo se agarra a la vida. Como el que escucha una canción y le salva.
Cuando iba a buscarte era muy de ponerme los auriculares e ir escuchando ‘Notion’ de Tash Sultana. Esta canción la tenía en mi playlist, pero hacía bastante tiempo que no la reproducía.
Y eso fue lo que pasó, que después de un tiempo de arenas movedizas, tú fuiste esa cuerda que me sacó del fango.
Tú: realizadora de profesión, pero periodista de título. Compartíamos bastantes cosas, que eras del sur, esa pasión por la comunicación: tan igual y tan diferente a la vez, y que a las dos nos encantaba el deporte en todas sus facetas.
Llevábamos tres meses viéndonos y quisiste presentarme a tus dos mejores amigas. ¿Cómo? Jugando un partido de pádel, así quisiste romper el hielo.
Fueron muy agradables conmigo. Andrea, que era una de las fundadoras de Hoff, y Sandra: una famosa presentadora de televisión. Se nos pasó la tarde volando. Después decidimos hacer un break y fuimos a tomar algo cerca de Canal. Me recordó a cuando llegaba el tercer tiempo después de jugar a fútbol con mis compañeras de universidad.
Aunque realmente el tercer tiempo lo tuvimos en mi casa. Jolín con la niña. Disfrutábamos muchísimo el sexo. Fuiste todo un descubrimiento para mí. Hacíamos cosas que en mi vida me había planteado hacer. De eso se trata, cada vez lo tenía más claro.
Nos gustábamos, nos entendíamos, disfrutábamos juntas y encima aprendíamos cosas nuevas.
Yo no podía pedir más. ¿Tú? Espero que tampoco.
Se acercaba mi cumpleaños, por lo que febrero estaba a la vuelta de la esquina. Yo cumplía 30.
Dius, 30 añazos. ¿Quién lo diría? Topicazo decir que vuela el tiempo, pero es que es tan real.
Los días previos quise que conocieras a mis primas. Básicamente porque mi cumple lo íbamos a celebrar en Jaén con toda mi familia. Y qué mejor que empezar de forma informal para que así nos soltáramos ambas.
El día previo a mi treintena (para que no esperara nada) decidiste sorprenderme. Nunca habían hecho algo así por mí. Había organizado mil y una fiestas sorpresa a mis amigas, pero a mí nunca me habían hecho ninguna. Yo volvía del curro y pensaba irme al gym… pero me dijiste que pasara por tu casa. Habías conseguido reunir a todas las personas que quería de Madrid. Tampoco muchas, las verdaderamente importantes para mí. Porque dicen que con unas buenas y locas almas todo es mejor… ¡Y tanto!
El caso es que llamé al timbre y te noté un poco nerviosilla la voz. Cuando abrí la puerta me recibiste con un besazo. Pero lo que no me podía imaginar fue que al entrar en el salón todos gritarían: ¡Feliz precumpleaños!
Estaba buscando la fecha para reunir a la familia que escogí en la capital. No sabía cuando juntarlos y lo hiciste tú.
Se me saltó alguna que otra lágrima (no lo voy a negar), esta vez, de felicidad. Sin duda ese fue un momento muy especial en mi vida.
Lo que me pasaba contigo era que hacías lo que me gustaba sin que tuviera que pedírtelo; y ahí está la clave, claro.
Pasamos unas horas estupendas. Eso nos fue el jueves de las manos y acabamos bastante tarde.
Adri y Berta me trajeron un ramo de girasoles, mis flores favoritas, porque además de ser preciosas simbolizan el amor y la admiración. Yo siempre que podía se las regalaba a ellas dos cuando éramos más pequeñas.
Esa noche dormí en tu casa. Mi cumpleaños acababa de empezar y no podría haberlo hecho de mejor forma.
– Yo quiero ser reposo cuando necesites calma, pero ahora llegan días moviditos, Maca. -Me dijiste.
Siempre alumbrabas la vela de la esperanza, a veces no tenía palabras y lo que sí tenía era miedo de jugarme todo a una carta. Te entregaría todo, aunque  no me ofrecieras nada. Ya entendí que el amor se basa en dar y muchas veces lo matamos con el ansia de pedir.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s