He estado dándole vueltas a la cabeza y… según va yendo y viniendo la gente, aumenta la dificultad a la hora de regalar. Es difícil dar otro trocito más de ti misma cuando ya el saco está casi vacío. Esos últimos trocitos se convierten en tu tesoro más valioso. Los guardas en el fondo del cajón más escondido, en una cajita a prueba de balas entre algodones. Por si acaso. “No vaya a ser que me hagan daño, que a mí ya me han tiroteado demasiado”. A ver si es que vuelvo a arriesgar más de la cuenta. Analizas cada vez más al que se lo vas a dar, el tamaño y la duración. Y cuantos menos quedan, mayor es la fuerza con la que te aferras a ellos. Ya te lo piensas dos, cuarenta o cien veces si es necesario el dar uno. Pero hay personas a las que esos trocitos se los regalas con los ojos cerrados, pues te hacen ser mejor.
Contigo aprendí que cuesta, cuesta muchísimo desprenderte de uno de los últimos trocitos después de todo lo vivido, pero que no es imposible. Porque el que quiere, puede. Y si quieres con el doble de ganas, ya ni te cuento. El problema es que tardé un poco en darme cuenta de ello (tropecé con muchas piedras,demasiadas quizá) y aun así hay días que me sigue costando un poco. Pero sigo porque creo que hay cosas que son inevitables…
Contigo aprendí que muy de vez en cuando es posible encontrar a gente tan excepcional en la que, sin saber muy bien por qué, confías tanto que al final te cuesta menos de lo que pensabas darles una parte de ti. Dicen que lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano. Y yo quiero que tú me salves.
Contigo aprendí a disfrutar de esas arruguitas que me están empezando a salir alrededor de los ojos, esas que tanto me horrorizaban antes. Ahora las veo de otra forma, les doy otro significado. No son el paso del tiempo, son el aumento de felicidad.
Contigo me conocí a mí misma un poco mejor, y decidí también que había otras cosas que prefería no conocer. Que las palabras a veces sobran. Que las formas están sobrevaloradas. Y que a veces hay que tirarse de cabeza por el precipicio y esperar a caer con los dedos cruzados sobre las benditas olas y no las rocas. Por ti decidí saltar una última vez y la verdad es que esta sensación de volar es de las mejores que he vivido. Para ganar, hay que arriesgar, y lo que no mata, te hace más fuerte.
Contigo realmente supe lo que era la sinceridad y la confianza. Aprendí que si anteponía esos pilares a cualquier obstáculo, sería muy difícil que te fueses.
Contigo descubrí una nueva forma de valorar a una persona. De igual a igual. Sin comparaciones de actitud o entrega. Sin juegos ni tensiones. Sin dar una de cal y otra de arena. Sino tomando como único juramento la transparencia y como trato mutuo la sencillez. Unos dicen que eso se llama “madurar”. Para mí, es tener una relación de verdad y dar un gran paso.
Contigo aprecié aquello que antes tenía infravalorado: la tranquilidad. Creía que sentir algo real por otra persona era la inestabilidad extrema, para experimentar una sensación fuerte. Eso era tan solo la influencia de la imaginación y de demasiadas decisiones erróneas. Eso tan solo conducía a asentar unas bases tan inestables que llevaban automáticamente a una permanente autodestrucción. Eso es algo de lo que huyo ahora.
Contigo aprendí, aprendo y quiero seguir aprendiendo, porque has hecho que vuelva a encontrar las ganas y no hay nada que me guste más en este mundo que oír la unión de las ocho letras que componen la palabra “nosotros”.
A la persona que ha hecho que me encuentre.