Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip de la radio midieran otra cosa. Fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde. Y apenas salidos de Fontainebleau han tenido que ponerse al paso y detenerse 6 filas a cada lado. Ellos decidieron quedar el domingo a las diez de la mañana para aprovechar el día. Se dieron cita en el hotel Molière y desde allí se desplazaron hasta Fontainebleau en sus respectivos coches.Cada vez que Alexandra, la muchacha del Dauphine, pasaba por esa autopista se acordaba de su padre. ¡Cómo detestaba él aquel atasco de horas y horas! Alexandra y Serge (ingeniero del Peugeot 404) eran amigos de la infancia y llevaban mucho tiempo sin verse, por eso habían quedado en ir aquel domingo de excursión a Fontainebleau, ciudad que se encuentra a 55,5 km del centro de París. Esta ciudad es elegida por los parisinos para ir en fin de semana.
Serge estudió ingeniería mecánica en la Universidad de Toulouse II- Le Mirail y desde que se trasladó a Toulouse (él es parisino) hacía cuatro años, no había vuelto a verla. Nada más verse se fundieron en un largo abrazo.
– Nom d’un chien! Quelle telle vie? – preguntó él.
– Genial chacho. Me faltan dos asignaturas para acabar Medicina – respondió Ale.
– ¡Te acuerdas cuando correteábamos por la plaza! – exclamó Serge.
Y así entablaron una conversación de horas y horas. Se pusieron al día sobre sus vidas: Alexandra llevaba saliendo con un chico dos años, Marc, lo conoció en la escuela de idiomas y ambos practicaban la equitación. En cambio Serge acababa de romper con su novia con la que llevaba unos meses saliendo. La excusa de la ruptura fue que ella no le dejaba espacio suficiente y se agobió.
Serge al ser ingeniero mecánico se fijaba mucho en los coches y le comentó a Alexandra que el Dauphine que conducía había tenido un gran éxito en el mercado porque poseía un diseño elegante y el motor era de gran cilindrada. En cambio su modelo, el Peugeot 404, se dejaría de fabricar en un futuro por la poca demanda de los compradores. Habían salido al mercado automóviles mejores a un precio inferior.
Después de dar un paseo por los alrededores del castillo de Fontainebleau, decidieron ir a comer a un bosque cercano para hacer un picnic. Desplegaron un mantel de colores para ponerlo sobre la hierba, que estaba de un color verde-lima (típico en primavera). Después ella sacó una cestita en la que había pan, croissants, chips, queso camembert, manzanas, dos copas y una botella de vino tinto. Tras el almuerzo se dirigieron hacia el centro de la ciudad para dar un paseo por el casco viejo. Los monumentos eran preciosos y ambos quedaron impresionados por la antiquísimos que eran algunos.
Al final de la tarde decidieron regresar al parquin donde habían dejado sus coches para iniciar el retorno hacia París.
– Appuie sur le champignon! – repetía una y otra vez Serge.
Iban por la carretera y el chico no hacía más que adelantar con su Peugeot 404 a Alexandra, pero a ella le daba igual. Lo único que le importaba era esa sensación de libertad al conducir su Dauphine.
Al llegar a París se despidieron con un hasta pronto prometiéndose volver a quedar cuando Ale fuera médico.